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LA TRANSVALORACIÓN DE TODOS LOS VALORES

SERIE No.6

LA TRANSVALORACIÒN DE LA PINTURA 

POR AVELINA LÈSPER 

El homenaje que destruye o la anula convoca a la ausencia, y en ese vacío enaltece lo que se muestra desde lo que falta. Reinterpretando la filosofía de Nietzsche, Armando de la Garza en esta serie de pinturas regresa a los valores naturales de la pintura: belleza, color y composición haciendo del detalle y la fragmentación un énfasis de nuestra observación.  El “inmoralismo” nietzscheano, dionisiaco, que invierte los valores y regresa a esa naturaleza que hemos perdido por un moralismo impuesto, es la plenitud del color que inserta enmarcado los detalles que reproduce para mencionar un todo indivisible y presente en nuestra memoria pictórica.

 Las obras son paneles que separan los elementos pictóricos  y los vuelve a reunir, los colores aislados en abstracciones absolutas se extraen de los detalles del cesto de frutas del Baco de Caravaggio, un rostro y el candelabro del Matrimonio Arnolfini de Van Eyck, las patas atadas del Cordero de Dios de Zurbarán. No hay arbitrariedad en la selección, el pintor observa para aprender, Armando se detiene a descifrar a los Maestros recreando esos detalles de sus obras que él considera cautivadores o complejos, en el esfuerzo de andar ese camino se explica así mismo las causas que provocaron el efecto que le trastorna. Científico o filosófico, su análisis es una pasión dionisiaca, es el placer de tratar de entrar en el espíritu y la mente de esos seres a quien admiramos o amamos, de esos artistas y sus obras que lo arrastraron al inframundo de la creación como tormento y seducción, como obsesión y sentido de la existencia. 

El “mundo verdadero” –una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga,- una Idea que se ha vuelto inútil, superflua, por consiguiente, una Idea refutada: ¡eliminémosla!

El Crepúsculo de los ídolos, Nietzsche. 

El “mundo verdadero”, o la pintura verdadera, la armonía total de cada obra desde el detalle, la fragmentación y a re-unión, es refutado por Armando, el mismo discute su trabajo, lo contradice, lo niega para hacerlo más evidente, para decir con más fuerza que es un pintor con la capacidad de amar y de odiar su trabajo, su esfuerzo, y su idea de la pintura. Persiguiendo a esos Maestros, comprendiendo cada una de sus líneas, pinceladas, espiando sus métodos y materiales, recordando su lenta estancia en las salas de los museos, el peregrinaje por cada obra, esas visita puntual que evoca con la soledad del que incita a una comunicación íntima y fetichista, se revela, grita ¡no! a su propia pasión y la castiga manchando con pigmentos y resinas la obra terminada. La tentación es irrefrenable, tocar esa macula, esa infamia,  que al ultrajar enfatiza el trabajo, la Idea, la observación y el sacrificio. La obra adquiere entonces dimensiones, historias,  fronteras y texturas. Armando descubre sus propias contradicciones, y se exhibe sin pudor para que veamos quién es el artista que habita en su estudio, meticuloso, obsesivo coleccionista de objetos, imágenes y memorias, se impone la recolección de eso que le seduce para después,  en la voyerista soledad, invadirlo, cambiarlo y poseerlo desde la totalidad de su poder creativo. 

¿Qué es lo que sobrevive al eliminar el “mundo verdadero”?, la esencia de una pintura,  de la pintura de Armando, “la voluntad como libre albedrio”,  él encuentra su pintura a partir de la pintura de los Maestros, de la eliminación de sus “ídolos” con la fragmentación y el agresión de la obra final, y nace un cuerpo, una mirada que es estrictamente personal, es de Armando, y ese es “otro mundo”, y tampoco es “verdadero”, y no recae en ser “aparente” porque la evolución es una imposición en la trayectoria de Armando, investigar en un tema precisamente porque lo va a dejar, lo va a aniquilar y en esa violencia regresa a la pasión, como un estado que se inicia buscando que termine para que se incorpore a la memoria que construye un bagaje para la creación. 

La imposibilidad del “mundo verdadero” está en la inestabilidad, en el cambio, en esa curiosidad insaciable de la creación, Armando con esta serie arriesga un paso fundamental en su obra, la desacralización de sus Maestros desde un homenaje que únicamente puede hacer un pintor y asumir que su propio trabajo es inversión de lo “aparente”, de la ilusión “óptico-moral”. 

La nueva valoración nietzscheana coloca al arte y la belleza como los verdaderos valores, una vez destruido el mundo en el orden que conocemos, lo que teníamos subordinado resurge y se posiciona. El arte y la belleza, en esa conclusión está el trabajo de Armando, en la búsqueda de esos valores finales, que enaltece, venera y ultraja, pensando en sus Maestros, en su propia soledad y en su camino, porque desde la aceptación o negación del “mundo”, el arte es y será la única explicación que Armando tendrá para sí mismo. De espaldas al mundo, de frente a su obra, sin piedad, una serie que ama y odia, es el arte desde la contradicción de su pasión. 

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